¡EL DE LA GUEVOTA!

Si, tengo que confesarlo…estoy bien aburrido y sin nada que hacer, y antes de que se me de por hacerle caso a un pensamiento oscuro y tenebroso que me incita a buscar novia para casarme y tener descendencia, pues simplemente opte por ignorar a la voz de mi conciencia y compartir con ustedes una anécdota de mis años juveniles…bueno, ejem!...mas juveniles.

Estoy seguro que todos mis amigos y compañeros de género tienen también algo que contar sobre ese día en que al fin nos hacemos hombres…y no se hagan ilusiones creyendo que voy a tratar algún tema de índole sexual y/o zoofilico…de las putas y de las burras se hablara en otra ocasión. Hoy me voy a referir a ese día especial, a esa ceremonia magna, a esa emblemática cita que involucra a cada joven Colombiano …a ese día temido por todas las madres y anhelado por algunos padres…¡El DIA DEL EXAMEN DEL EJERCITO!. En esta oportunidad, no haré referencia alguna a nadie por su nombre y dejo a su criterio el catalogar esta anécdota como real o ficticia.

Como ustedes sabrán yo nunca fui una lumbrera de estudiante en la secundaria, era de esos muchachos al que los profesores identificaban como “joyita” y a quien convocaban ineludiblemente dentro del conjunto de sospechosos cuando se armaba algún tropel disciplinario de cualquier índole… y creo que nunca se equivocaron. Para que me entiendan, yo pertenecía al grupo de alumnos, que le justificaba el sueldo al coordinador de disciplina. Por esta razón muchos años de secundaria los pase en un plantel educativo de mucha tradición y prestancia, pero me gradúe en otro.

Doctor, hasta acá llegamos con Ernesto, le dijeron a mi papa en una iluminada y calurosa mañana Barranquillera.

Bueno, el colegio donde fui a aterrizar, y en el que me gradúe, y en el cual conocí a muchos de mis buenos amigos de hoy día, aunque tenía un pasado glorioso, en ese momento no gozaba del mejor de sus presentes, creo que esta fue una de las razones por las que fui amablemente aceptado sin hacer preguntas. Al igual que yo, varios de mis compañeros, llegaron extraditados de otro centro educativo, lo que les dará una idea de lo particular que era el alumnado, tanto los jóvenes como las jovencitas. Por supuesto, yo encaje de una en ese andamiaje y fueron dos años de increíbles aventuras, las cuales algún día también les contare.

Pero no me quiero desviar del tema, el día del examen del ejército, llegó como llegan siempre las malas noticias, de sorpresa y a mitad de semana. Creo que era miércoles o jueves, si hubiese sido viernes o sábado, los hechos que se dieron en esa jornada de pronto no habrían tenido tanta trascendencia y tal vez se hubiesen eclipsado en el olvido del letargo dominguero…pero no, fue de sorpresa y a mitad de semana. Nos embarcaron en un bus. Después de hacer una desnutrida fila y de escuchar el tan obligado y repetido sermón disciplinario que en ese momento y gracias a nuestro excelso comportamiento había quedado reducido a una lastimera y resignada suplica: Por favor jóvenes, por favor…pórtense bien. Fueron 5 minutos los que duro el viaje desde el colegio hasta el batallón, solo 5 minutos que fueron más que suficientes para que yo comandara el zafarrancho monumental que se armo dentro de ese vehiculo…al fin y al cabo yo ya tenía “experiencia”. El profesor que delegaron para que nos acompañara y cuidara la disciplina, ni se inmuto, no dijo ni mu. Recuerdo especialmente que se le dibujaba una leve sonrisa en el rostro, leve, muy tenue…pero maliciosa, el profesor también tenia experiencia y sabia muy bien lo que nos esperaba.

Bastó con dar el primer paso fuera del bus para que se acabara la fiesta y darnos cuenta como nuestro frenético jolgorio se transformaba en una nerviosa angustia.

Ahí en el batallón, si hicimos la fila como era, en orden de estatura, a un brazo de distancia del compañero y en total y sepulcral silencio. Yo ya había pasado por estas en mi anterior colegio, pero para varios de mis compañeros, el hacer la fila correctamente, era una experiencia totalmente nueva. Bajo las ordenes de un militar, sabrá Dios de que rango, a quien pusieron a cargo de nuestro grupo, marchamos y llegamos a un patio, después de atravesar varias oficinas mientras algunos de los soldados nos miraban entre risas y comentarios burlescos…bueno, la verdad yo no recuerdo que decían, porque ya el pánico se había apoderado de mi y yo ni veía ni entendía, solo me guiaba por mi compañero de enfrente.

Si bien ese día del examen del ejército fue algo inesperado, ya nuestros padres y acudientes estaban notificados. Yo creo que esto no es más que una artimaña de los militares, pues inmediatamente después del anuncio, empieza a moverse una especie de bolsa mercantil, un mercado mas de nuestra “macondiana” economía, en la cual se negocia el ingreso o no, de los nuevos reclutas provenientes de los colegios privados a nuestro glorioso ejercito nacional. Mi papa se comprometió a ofertar 100.000 pesos de aquella época, que serán como 150 de hoy día, no la gran cosa, tampoco iba a hipotecar el apartamento para salvarme después de haber dado tanta lidia durante todo el bachillerato.
El estaba convencido que en el ejercito podía “enderezarme”… ¡si como no!, si yo tuve un amigo que en su casa era una santa paloma, y cuando ingresó al ejercito la primera gracia que hizo fue estrellarse en el carro del comandante, con una borrachera de diez pisos inmediatamente después de gozársele a la mujer, ah…sin contar las dos granadas, los 4 uniformes y los 2 pares de botas que se robo y después vendió al mejor postor. Así que eso de ajuiciarme en el ejercito era una apuesta bastante arriesgada e improbable, por lo que mi mama monto en cólera y le exigió a mi papa en medio de un mar de lagrimas (técnica que le aprendió a Verónica Castro) intervenir para que a mi no me reclutaran, lo cual era un hecho casi seguro, puesto que mi hermano mayor se había salvado por pura chiripa solo 5 años antes.

Ya en el patio, nos juntaron con otros muchachos de un colegio técnico los cuales tenían cara y mirada de querer darle un tate quieto a ese pocoton de “mariconzitos pupis” menos mal que los hicieron pasar enseguida, porque ya faltaba poco para que se nos fueran encima, lo cual era esperado con ansias por varios de mis compañeros que les encantaba eso de tirar trompada por puro y físico deporte. Por fortuna que se los llevaron, porque uno de ellos me alcanzo a señalar y a decirle a sus secuaces: ¡a mi me dejan al cachetonsito! como si yo necesitara mas angustias en ese momento.

En mi curso había de todo, el estudioso, el vago, el payaso, el peleonero, el don Juan, el armo todo, el sapo, el ratero, el lambon, el enfermizo, el perdido, el soñador, el rarito, el flojo, el ni chicha ni limonada…en fin había para escoger. Todos estos adjetivos cambiarían drásticamente a sustantivos cuando llego nuestro turno de ser examinados.

Nos hicieron ingresar en estricto orden y silencio a un cuarto sin ventanas, con una sola entrada y con muy mala iluminación, nos ordenaron que nos acomodáramos contra la pared, uno al lado del otro a un brazo de distancia, luego nos dejaron solos, hubo minuto de silencio, hasta que alguien se le ocurrió decir que para el examen se había designado a una doctora, una medica de Bogota, mona y alta a la que ya habían visto afuera supuestamente. ¡Pa que fue eso!…ahí empezó el bullicio y la especulación, y estoy seguro que a todos se nos paso por la mente la idea de una erección en la mitad del examen…por supuesto, mi fantasía fue mas allá y mucho mas detallada, y me asegure de guardar el fetiche en mi bóveda mental para usarlo mas tarde en el baño de mi casa.

En fin, para nuestra decepción y abrupto regreso a la realidad, el que entro fue un medico, acompañado por un militar bajito, de tez blanca, cachete colorado y medio gordito. El medico nos saludo y nos ordeno en tono amable que nos desnudáramos y que acomodáramos la ropa a un lado de nuestros pies. Por supuesto nadie hizo caso de la orden, y todos nos miramos incrédulos y expectantes de saber quien iba a ser el primero…hasta que el militar, con el ya conocido tono castrense del Norte de Santander, tomó aire y nos gritó a todo pulmón: A VER MARICONZITOS HIJUEPUERCAS!!!!!...¿QUE ESTÁN ESPERANDO?.. ¿A LA MAMÁ?! ... ¡¡¡A QUITARSE ESA JODA Y PÓNGANSE EN BOLA DE UNA VEZ!!!!

Si lo que faltaba era que lo pidieran con cariño. Así si, enseguida y ya con la adrenalina a millón después de la afectuosa petición, todo el mundo quedo como vino al mundo…en su traje de lana…la naturaleza. Todos quedamos petrificados, no hubo miradas ni comentarios y el medico se dispuso a hacer un examen físico inicial acompañado de una breve entrevista. Yo estaba de tercero, menos mal porque me di cuenta que el medico usaba la misma mano primero para palpar las gónadas y luego con el mismo índice y con el mismo pulgar, le abría a uno los parpados del ojo derecho y palpaba por detrás de la oreja…aunque el doctor tenia guantes, pues todos menos el primero nos quedamos con un poquito de la “esencia” del compañero de al lado…obvio, el que mas sufrió…fue el ultimo jajajajajajajaja…que pecadito.

Durante la entrevista, el medico preguntó si padecíamos de algo, en mi turno, no se si por pura coincidencia o por algún tipo de premonición, dije que sentía una “pequeña molestia” en el testículo izquierdo…no se por que dije eso, tal vez fue porque lo escuche en alguna conversación o porque en realidad había sentido algo…la verdad, no lo recuerdo. Después de ese examen inicial, nos volvieron a dejar solos, pero por unos pocos segundos, pero fue tiempo suficiente para que nuestros jóvenes y curiosos ojos alcanzaran a hacer un recorrido por toda la habitación…entonces aparecieron el fortachón, el gordo, el barrigón, el pálido, el jorobado, el flacuchento famélico, el peludo…y por supuesto, yo. Ernesto…el prominente, el colosal, el grandioso.

También en ese instante aparecieron las risitas y las burlas y al mismo tiempo el mismo soldado cariñoso y efusivo de hace un instante: A VER MARICONES DE MIERRRRRDA!!!!!!!... ¿FUE QUE SE ENAMORARON O QUE?!!! …!!!!!!! A CALLARSE MARICONES SI NO ES QUE QUIEREN PASARSE LA NOCHE EN EL CALABOZO!!!!

Otra vez silencio absoluto. Entro de nuevo el medico junto a otro militar de mas edad y de mayor rango, pero con el mismo tonito militar nortesantandereano. El doctor que tenia anotaciones en una planilla se paraba frente a cada muchacho, le hacia unas preguntas y consultaba luego al militar. Todos mis compañeros aprovecharon la oportunidad para salvarse de prestar el servicio, la excusas y alegatos eran tan fascinantes como las respuestas del coronel.

¡Es que soy hijo único! Clamaba mi compañero… ¡¿Y que?!Así su mama aprovecha el tiempo y cuando llegue después del servicio, se encuentra con un nuevo hermanito, respondió el militar.

¡Es que tengo asma y soy miope! Argumentó otro... ¡No sea pendejo!...Eso se le quita con el ejercicio, fue la respuesta del coronel.

Y así sucesivamente, el militar respondía a cada uno de los que se atrevieron a alegar…a algunos los descarto de una vez: ¡¡este hijueputica esta muy enano y tiene cara de violador!!!...y uste que maricon?...fue que no se bañó hoy?!!!...cochino de mierda!!!!!...este hijueputa esta bueno pa que sirva de escolta!!!! Este último fue el único que aprobó de todo el grupo.

Hasta que llego mi turno y lo tuve enfrente, yo estaba petrificado y mi cara seguro tenia el color de un guineo…y ni por equivocación abrí la boca. El doctor le acerco la planilla al general y ambos y al mismo tiempo inclinaron la cabeza hacia mis partes nobles y soltaron la carcajada, cuando se termino de reír, el militar la soltó plena y con más volumen que las anteriores gritó : MÍRELE LA PEQUEÑA MOLESTIA A ESTE HIJUEPUTA!!!!...CULO DE GUEVOTA!!!!! JAJAJAJAJA MALPARIDO!

Jamás se me olvidara ese momento, no solo me imagine que me salvaba, sino que también intuí que algo andaba mal con mi humanidad, que aquella prominencia, aquella grandiosidad, estaba fuera de lugar y era signo de algo no muy bueno.

Bueno, pasaron los minutos, los gritos, las ordenes y los insultos y el ambiente se tornó algo mas suave, y la hostilidad con la que nos recibieron se transformo en camaradería, pues igual para los militares, ese día era uno de los pocos en los cuales se podían divertir a costa nuestra y relajarse un poco de la tensión de su rutina diaria. Tan confiado se puso el ambiente, que el militar que antes nos quería dejar calvos y sordos a fuerza de gritos, dejo de decirme Herazo Ernesto y empezó a referirse a mi como “ el de la guevota”…apelativo que duraría de moda por varios días después en el colegio.

Alumnos y profesores, todos se enteraron del cuento de la guevota, pero no trascendió, porque al contrario de las intenciones de algunos, a mi la cosa me causo mucha gracia y lejos de molestarme y sacarme la piedra, la aproveche al máximo para seguir mamando gallo y estar jodiendo a cada rato.

En mi casa la cosa tuvo otro color, cuando llegue y les dije a mis papas que no me habían escogido para prestar el servicio, estallaron en júbilo…bueno , mi mama. Mi papa tenia por allá la esperanza guardada, pero igual se alegro porque también se salvaba de la cantaleta que le iba a dar mi mama todo el año que durara yo en el batallón.

Aja y porque no te escogieron? Pregunto mi papa. Bueno…eeehhhh, esteeee…y fue ahí que me baje los pantalones y mostré la causa por la que el ejercito nacional no me considero apto.
Un testículo izquierdo del tamaño de una guanábana, amorfo y gigante que triplicaba en tamaño a su inmediato vecino de la derecha. Mi papa se puso del color de la salsa de tomate y se agarro los pelos de la cabeza estirándolos tan fuerte, que sus cejas se estiraron mas allá del limite de la sorpresa.

Y POR NO HABÍAS DICHO NADA?!...al principio no supe que decir. Después le dije que no sentía nada y que no me molestaba, por eso no me había dado cuenta. Luego le eche la culpa a mi mama…es que mi mama de cariño siempre que se dirigía a mí me decía…guevogrande o guevito…así que yo creí que todo estaba OK.

Así pase todo un año, con mi gueva gigante a cuestas, y aquello que ni sabia que estaba allí y que ni molestaba, se había tornado ahora en una contrariedad y en un nuevo complejo. Fue un año recorriendo consultorios médicos y encuerándome delante de doctores y enfermeras, hasta tal punto que le perdí la vergüenza y el miedo a la desnudes en publico y frente a mujeres…porque valga aclarar, yo estaba recién estrenado y con muy poco uso.

Bueno, esa es la historia de mi guevota, después de un año de andar por ahí, vistiendo jeans anchos y usando la camiseta por fuera, de soportar la risotada de uno que otro medico viejito y burlón, al fin me operaron y resulto que mi grandiosidad no era mas que pura agua y que había nacido con ella, por eso el apodo que me tenia mi mama. Hoy de la guevota solo queda el recuerdo y la anécdota, después de la operación todo quedó simétrico, en su puesto y operativamente correcto…así que quienes quieran ver fotos, videos o alguna demostración en vivo, simplemente …hagan la fila.

By

Ernesto Carlos Herazo.

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